A diferencia del orden que se empeña en masculinizarlo todo, el mundo Wayuu sobreviene atado al ritmo y a la entrega de la mujer como unidad mística, asociada a las expresiones de la Tierra. La mujer Wayuu es imagen de protección, renovación y permanencia, es metáfora de facultades para ocasionar y mantener la vida. Es a través de la maternidad y los oficios religiosos y artísticos que ella alcanza el máximo contacto sobrenatural con la vida.

Jayariyú le da rienda suelta a sus sueños. Allí desata su pensamiento cósmico traducido en espirales, relámpagos en mitad del cielo rojo, miradas azules, pieles agrietadas o desiertos alargados en las tinajas, cactus y pájaros encopetados en la última piedra de la montaña. También brotan los árboles de ramas secas, las telarañas blancas, las lunas detrás de los burros, las mujeres vigilando el mar o las curvas de la noche, las manos abriendo caminos con hilos amarillos, semillas y frutos de la Sierra transmitidos mediante el precioso arte de la pintura
.
La casa queda junto a un solar por el que se llega al patio, donde cuelgan hamacas de colores vivos. No tiene fachada, sólo una pared uniforme en la que aparece el recuadro de lo que alguna vez fue una puerta. Tampoco tiene jardín. La parte de atrás es la entrada que conduce a un mundo interior al que, en apariencia, ronda el misterio. Dos mujeres entran y salen, mirando de reojo, atentas a los dos arijunas que llegaron de repente a perturbar el sosiego de sus vidas. Esta es una casa extraviada de las rancherías wayuu, modernizada por la presencia de un computador en una de las habitaciones iluminada con luz de neón. Queda en la mitad del barrio San José, en el corazón de la ciudad de Maicao, al norte de la península de La Guajira.
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